martes, 25 de noviembre de 2014

El cinturón de la Habana

La Muralla de La Habana Vieja.

 En algunas secciones de La Habana vieja se puede encontrar pedazos de muros que tal parecen no tener razón de ser. Realmente esos muros, o fragmentos, son parte de lo que una vez fue una muralla de cantería que iría desde La Punta hasta el Arsenal, con baluartes, garitas y puertas con puentes levadizos, al principio dos y luego hasta nueve. 
 La Habana vieja desde su surgimiento fue muy codiciada por su ubicación geográfica y las potencialidades que ella atesoraba para el desarrollo económico de la isla, como es el caso del puerto de La Habana, calificado como el más importante del país por ser centro de la actividad portuaria. 
 Así, fue azotada por innumerables ataques de corsarios y piratas que ponían en peligro la vida de los peninsulares y las riquezas que la corona almacenaba en la villa, por lo que se hacía imprescindible su fortificación a través de obras de ingeniería militar que permitieran defender la floreciente urbe. De esta forma son construidas las fortalezas de La Fuerza, La Punta, El Morro, La Cabaña y los torreones de Cojímar, La Chorrera y San Lázaro.
Sin embargo, todavía la ciudad era vulnerable por lo que en 1603 existe ya un proyecto de crear una muralla para evitar el acceso de enemigos por la parte de tierra.
                              

   En Egido frente a la estación central de ferrocarriles, se conserva parte de lo que fue el cuerpo de guardia de la puerta Nueva



         Puerta de la  Tenaza que fue reemplazada por la del Arsenal donde se destaca un lienzo de la mole uno, de los tramos mas grandes que aun perdura, testigo mudo de lo que fue la obra más costosa e inútil que realizó el gobierno colonial en Cuba. 
          

  La parte de tierra era la costa desnuda, y especialmente el bosque  de lo que más tarde sería El Vedado, se interponía entre el mar y la ciudad. El análisis del amurallamiento reveló que el costo de la obra tendría un monto de 207 375 ducados, previstos en un inicio para efectuarse en un plazo de tres años.
Iba a extenderse desde el barrio de Campeche hasta La Punta, con cuatro pies de ancho y ocho de altura, mas tres pies adicionales que se obtendrían por medio de grandes ladrillos, pero nada de esto se llevo a cabo al interponerse numerosos tramites burocráticos y la falta de fondos con que se justificaba España.
Por consiguiente se plantean otras propuestas, como la de crear la muralla pero de madera y rodear a la villa con fosos de agua como los castillos medievales. La primera es desechada rápidamente, pues seria fácilmente penetrable con la utilización del fuego y la segunda seria poco práctica pues devendrían problemas con la insalubridad que rodearía la urbe. 
Estos planes no fructifican y quedan prácticamente en el olvido durante varios años, hasta que ocurren varios hechos entre España y algunas de las potencias de la época como Inglaterra y Holanda que demandaban la atención de la Corona con respecto a la protección de sus posesiones de Ultramar, por lo que el rey de España, en 1667, ordenó más fortificación para La Habana. 

                       Baluarte del Ángel.

La muralla se comenzó a construir durante el gobierno de Francisco Rodríguez de Ledesma el 3 de enero de 1671 y se terminó casi un siglo más tarde; siendo dada por terminada la sección que daba a tierra en 1698 pero no completándose la parte que daba a la bahía hasta 1740, 137 años después de que naciera la idea de construirla, a un costo de tres millones de pesos. 
 Diagrama de la Muralla, su extensión era de unos 4 892 metros, tenía como promedio 1,40 metros de espesor y 10 de altura, y contaban con una dotación de 3 400 hombres y un armamento de 180 piezas. Estas murallas fueron convertidas en un entorno característico de la villa. 

Al principio contaba con dos puertas: Puerta de La Muralla (después llamada Puerta de Tierra) y Puerta de La Punta. Después se abrieron otras, algunas siendo reemplazadas, como la de Tenaza que fue reemplazada por la del Arsenal.
En general llegó a haber unas nueve puertas activas, entre ellas la de Monserrate, la de Luz, la de San José y la de Jesús María. Todo lo que quedaba dentro del recinto era llamado intramuros, asiento preferido de los peninsulares, mientras el resto, extramuros, era habitado preferentemente por los llamados naturales del país o criollos.
Con el paso de los años esta construcción llevó consigo a la división de la villa y mientras se desarrollaban más actividades y asentamientos en el exterior, se hacía menos necesaria la existencia de la muralla. 
En 1863 comenzó su demolición con el derrumbe del gran muro por las Puertas de Monserrate y no es hasta comienzos del siglo XX que culmina. Actualmente se conservan los restos de la muralla que testifican las características y el trazado de esta importante construcción del sistema defensivo de La Habana, la cual según los especialistas no tuvo una verdadera utilidad pues jamás tuvo que enfrentar un asedio ni contener máquinas de asalto reales, ya que en la única ocasión en que pudo haber sucedido, durante la toma de La Habana por los ingleses, el astuto enemigo evitó el cerco de piedra y penetró en la ciudad por la desprotegida loma de La Cabaña. 


Posteriores escavaciones llevadas a cabo por la oficina del historiador han venido mostrando otras partes de lo que fue el cinturón de La Habana.






martes, 18 de noviembre de 2014

Ocho leones y un paseo

  El Paseo del Prado.
Fue construido en 1772 bajo el gobierno colonial del Marqués de la Torre, Capitán General de la isla, que en aquellos momentos era una de las colonias españolas más florecientes de América. Su primer nombre fue el de Alameda de Extramuros o de Isabel II, por hallarse afuera de las grandes murallas que cercaban la ciudad.
El Paseo del Prado habanero fue por muchos años la avenida más importante y de mayor belleza de la Ciudad de La Habana. Hoy, a 242 años sigue siendo lugar de atracción no solo para el visitante extranjero si no para todos los cubanos también.
 La Fuente de la India o de la Noble Habana, es una representación donde figura la imagen de la mítica india Habana, esposa del cacique Habaguanex, regente de la zona antes de la llegada de Colón, del cual se cree que toma el nombre la capital de Cuba. Está ubicada en el extremo sur del Paseo del Prado, a unos 100 metros del Capitolio. Fue diseñada por el arquitecto Giuseppe Gaggini bajo el mandato del Conde de Villanueva don Claudio Martínez de Pinillos. Construida con mármol blanco de carrara, tiene una altura de tres metros.


Durante el siglo XIX  un tiempo se hizo solo peatonal pero en la segunda mitad de este  se empezaron a levantar a todo lo largo de su recorrido, grandes y fastuosas edificaciones neoclásicas que fueron a sustituir a las más antiguas, de estilo barroco y colonial.
 

 El Prado fue la primera calle asfaltada en La Habana, un verdadero suceso para la época, de ahí que se incorporó el automóvil en sus paseos. Al construirse en 1929 el Capitolio de La Habana  se eliminó una sección del paseo y se remodeló la que se mantuvo.

En 1902, con la intervención norteamericana, se lleva a cabo su reconstrucción, y el cambio de nombre a Paseo de Martí, en honor al apóstol de la independencia de Cuba, aunque el pueblo le siguió llamando "El Prado", por costumbre y por la gran semejanza que tiene con su homólogo madrileño.

Los leones

 Ocho apacibles y hermosos leones, de 86 años cada uno, son fieles  guardianes en el bicentenario Paseo del Prado habanero, a la vez que son testigos silenciosos de lo que acontece  a su alrededor. 

La Habana era el puerto más importante para España en el Nuevo Mundo, por lo que era necesario protegerlo de corsarios y piratas. Entonces se decidió  fortificar la bahía y se compró cientos de cañones para proteger y defender la ciudad, en fortalezas como el Castillo del Morro. Durante la etapa neocolonial, en pleno siglo XX, se comprobó que los cañones ya  resultaban obsoletos, por lo que se funde su bronce y se utiliza para crear las esculturas de los leones. En 1928, el Presidente de Cuba encargó el escultor francés Jean Puiforcat y al también escultor cubano y experto fundidor de bronce Juan Comas a esculpir los leones a gran escala para ser colocados a lo largo del Paseo. Los Leones siguen ahí y se han convertido en  símbolo de La Habana.

Dos de ellos se levantan majestuosos y firmes en el extremo norte de la vía, por la calle San Lázaro y frente al Malecón habanero, junto a la estatua del poeta Juan Clemente Zenea.

 La esquina de Malecón y Prado fue asiento del Hotel Miramar y, más tarde, del Miramar Garden, centro de reunión de la juventud bailadora de la época y lugar donde se celebraban movidas peleas de boxeo.

               Las farolas artísticas que acompañan a los leones.


Otros cuatro se alzan en el centro del paseo, en la calle Colón, y la pareja restante se halla al final del Prado, por la calle Neptuno y frente a la estatua del prócer revolucionario Manuel de la Cruz, también puede verse desde aquí en Prado y San Miguel  el Hotel Telégrafo, primero de La Habana con características hoteleras modernas.

El Prado sin sus leones, sería como La Habana sin su Malecón.

Bajo el Gobierno de Don Miguel Tacón y Rosique, militar y político español, quien fue Capitán General de la Isla de 1834 a 1838.  Se remodeló y amplió, construyéndose próximo al litoral, el edificio de la cárcel (desaparecido); el Teatro Tacón hoy Gran Teatro de La habana y el Campo de Marte al otro extremo para revistas militares. 
Avanzado el siglo XX perdió su carácter residencial y fueron ocupados los edificios por vecinos de poca solvencia, se convirtieron en viviendas colectivas y hospedajes para personas de pocos recursos. La inclusión de sus terrenos dentro de los límites del Centro Histórico, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1982, fue el factor preponderante en su nuevo renacer. 

jueves, 13 de noviembre de 2014

“El banco más largo del mundo”.


El Malecón habanero se encuentra en La Habana, capital de la República de Cuba. Comprende una amplia avenida de seis carriles y un larguísimo muro que se extiende  a lo largo de ocho kilómetros por la costa norte de la capital.
Siete mil metros de un ancho muro de cemento convierten al malecón habanero en el lugar de encuentro más visitado de la capital cubana.

El comienzo de su construcción se remonta a los inicios mismos del siglo XX, en 1901, durante el gobierno provisional norteamericano en la isla.


Su construcción se fue realizando por etapas sucesivas y duró cerca de cincuenta años.  
El primer trayecto 1901-1902 abarcó desde el Paseo del Prado hasta la calle Crespo.
 
  El segundo tramo 1902-1921 y se extendía hasta el Monumento al Maine.

El tercer tramo que duró hasta los años 30 terminaba en la Avenida de los Presidentes donde se erige el monumento a Calixto García.

 


El cuarto tramo y final 1948–1952 culminaba el malecón en la desembocadura del
río Almendares,
custodiada por el Torreón de La Chorrera.


Importantes monumentos se alzan a lo largo de la avenida, como el del Generalísimo Máximo Gómez, el del mayor general Antonio Maceo y el del General Calixto García, además que importantes avenidas de la capital terminan desembocando en el malecón como la calle 23, la avenida de los Presidentes y la avenida Paseo.
                      Monumento al mayor general Antonio Maceo

                         Monumento al General Calixto García

 

   
              Torreón de San Lázaro

Otros edificios y monumentos representativos de la capital también bordean todo lo largo de la avenida malecón, como el Castillo de la Real Fuerza de La Habana, el Castillo de San Salvador de la Punta, el Torreón de San Lázaro, la entrada al Túnel de La Habana, el Hotel Nacional de Cuba, la embajada Suiza sede de la Oficina de Intereses Estadounidense en La Habana, y el Torreón de la Chorrera.


  El emblemático Hotel Nacional de Cuba en las intersecciones  de 23 y Malecón.


                                      La Tribuna antiimperialista.

El Castillo de la Real Fuerza de La Habana con la Giraldilla en una de sus cúpulas símbolo de La habana.




 El Castillo de San Salvador de La Punta con sus cañones de la época. 

 En los inicios, en el siglo XIX, quisieron nombrarlo Avenida del Golfo, más tarde Avenida General Antonio Maceo, pero nadie pudo contra la fuerza de la costumbre y el poder de los lugareños que para siempre lo bautizaron como el Malecón.






No son pocos los que llegan a disfrutar del espectáculo marino, o sencillamente tomar el fresco de la noche. Otros pescan en los arrecifes. La mayoría deja correr el tiempo entre el tránsito de la avenida y los vendedores ambulantes.

 Desde la zona del litoral habanero donde hoy está el Parque Maceo y hasta el Río Almendares lo que existía entonces era una costa de agudos arrecifes y un monte firme e impenetrable, que las autoridades españolas consideraron siempre como una muralla natural ante ataques y lo llamaban “Monte Vedado”. 


La riqueza arquitectónica del Malecón se expresa también en las antiguas edificaciones, la mayoría ahora en remozamiento, que guardan la belleza de las columnas barrocas, adornadas con cabezas de animales, flores y plantas, de colores brillantes, que ni siquiera el fulgor del Sol logra desvanecer. 
Todas y cada una de estas prolongaciones llevaban implícito cambios en los fabulosos proyectos, los cuales finalmente terminaban en ese muro pelado, largo y amado de los que vivimos en esta ciudad, y que un chistoso definió una vez como “el banco más largo del mundo”.